sábado, 16 de junio de 2012

Gozando de la libertad absoluta que le otorga mi ausencia, Tormentagedón ha instaurado una dictadura de terror ya no por mi salón, si no por toda mi casa.  Haciendo gala de mis recién adquiridas habilidades en el montaje de muebles suecos, comienzo los ejercicios de preparación física y espiritual a que debe someterse todo guerrero antes del ensamblaje.

Armado con un destornillador (y una voluntad inquebrantable), arremeto por fin contra la insidiosa caja. Tras horas de forcejeo ininterrumpido (salvo por la cervecita de rigor mientras me rasco la cabeza con un lapicero en la oreja), he logrado al fin montar una preciosa vitrina que, no entiendo muy bien como, ahora sólo pesa unos 6 kilos. Cuando metí la caja hubiera jurado que eran unos 700. Kilo arriba, kilo abajo.

¡Victoria! ¡Apoteosis!

sábado, 2 de junio de 2012


Mis sospechas eran ciertas. La caja (o como ella prefiere que la llamen: Tormentagedón, señor de todo lo oscuro) ha duplicado su tamaño en apenas una semana. En un intrépido intento por tomar sus medidas, se defendió hiriéndome de nuevo mi indefenso dedo meñique y dando al traste con mis planes.

Tormentagedón (que, repito, es como ella se llama a sí misma) campa ahora libremente por la república independiente de mi salón, o mejor dicho mi ex-salón, practicando bullying a los demás muebles. La tiene especialmente tomada con la mesita del café.

Pero la cosa no quedará ahí, no. Me marcho durante el largo periodo de una semana al inhóspito centro de Londres, a entrenar con un antiguo monje shaolin que ha prometido enseñarme todos los entresijos de las nobles y ancestrales artes del montaje de muebles suecos. ¡Se va a enterar cuando vuelva!



*En esta entrada hay un guiño al Doctor. ¡Minipunto para el que lo reconozca!