jueves, 22 de octubre de 2009

Normalmente soy una persona muy sociable. Caigo bien a prácticamente todo el mundo, y creo que eso se debe a que se adaptarme a ellos y a que procuro hacer que la gente se sienta cómoda. En su momento, alguien consideró que eso solo podía significar que yo soy un falso. Esa debe ser una de las personas a las que no caigo bien, pues no he vuelto a dirigirle la palabra.

Y ayer me sentía social. Me encontraba charlando en un corrillo con mis compañeros de trabajo y hablábamos sobre un problema concreto que tengo con un jefe. Y ese pelele de jefe que se siente tan superior a nosotros como para no dirigirnos la palabra salvo para regañarnos, y que nunca jamás baja de su despacho, como no podía ser de otra forma, apareció ante nosotros.

Se acercó y pasó a nuestro lado, y mientras todos se volvían para saludarle, ante la atónita mirada de mis compañeros yo me volví lo mas enérgicamente que pude, y con el odio mas sincero, le clavé una navaja en el cuello, lo más profundo que fui capaz. En su cara solo podía verse dibujados unos ojos abiertos de par en par que reflejaban sorpresa e incredulidad. No pensé jamás que te atreverías a llegar tan lejos, me decían.

Alzó la vista cuando se encontraba cerca de nosotros, y entonces mis ojos y los suyos se encontraron durante una fracción de segundo. Entonces, premeditadamente, cambió de rumbo para no tener que cruzarse conmigo. Lo supe en cuanto vi sus ojos. Y entonces un compañero que se había dado cuenta del asunto, soltó una carcajada, y continuamos hablando tranquilamente y bromeando sobre nuestro jefe y su falta de agallas.